Estuvo tres años en el Portal Instituto Psiquiátrico (Avenida La Paz 841), pero se escapaba cada tres meses y los médicos lo iban a buscar al Parque Bustamante. “Incluso hubo ocasiones en las que llegaba al parque con la camisa de fuerza puesta, y de ahí ya no lo fueron a buscar más. Parece que se aburrieron del Sohuita”, cuenta Ángel (27) quien conoce al Huaso, como también le dicen, desde que estaba en el psiquiátrico. “Ahí nos encontramos por primera vez, yo iba a sesiones diarias y en los patios veía a este hombre pidiendo cigarros. Nos hicimos amigos, pero después nos dejamos de ver hasta que nos topamos en la esquina de las calles Seminario con General Bustamante. Ahora somos hermanos y hemos viajado juntos a Valdivia, Temuco, La Serena y Antofagasta. Aunque no todo es bueno cuando vamos de paseo. No sé si será por su vestimenta, sus grandes tajos en la cara o su especial risa, pero varias veces lo han dejado afuera de las discoteques. Obviamente yo me quedo con él, pero mi amigo igual se achaca”. Ángel vive con su familia lejos del barrio Bustamante, pero cuando le “baja la depresión” se va donde el Huaso y pasa algunos días con él.
El Sohua tiene problemas mentales desde los 17 años. Él sabe que está enfermo pero no hace esfuerzo para recuperarse. No se toma los medicamentos, pero sí las botellas con alcohol. En eso se entretiene todo el día, además de pasear en el parque de un lado al otro, “buscando un lugar rico y calentito para dormir”, cuenta Ángel. También dice que aunque hace dos meses duerme en el escenario que está instalado en el el parque, le gusta “vitrinear para tener más opciones de vivienda”. Al principio dormía afuera del local de Subaru y después, fuera del de Valdivieso. "Cuando le dijeron que se moviera de ese lugar, decidió variar entre las bancas para sentarse que están alrededor del Bustamante", comenta su amigo. Paulo César, el Huaso, sabe que luego lo van a sacar del escenario, pero está acostumbrado a esa dinámica y no siente preocupación.
Según Jorge (25), el Campana, su amigo el Sohua se quedó estancado en los 15 años. “Independiente de que sea muy buena persona, hay veces que, como los niños, no comprende lo que le quieres decir, por ejemplo, las críticas. Ahí es cuando se empieza a desesperar y se pone un poco agresivo”. Aunque nunca lo ha golpeado, usa la violencia verbal. Dice comentarios irónicos, y en el fondo son los que más duelen", dice Jorge. Explica que cuando se pone así, hay que pegarle un "tate y decirle que se vaya a acostar. Casi siempre hace caso”.
Son aproximadamente cinco los que viven constantemente en la calle, y los que reaccionan ante el clásico tate quieto. El más sociable de ellos es el Huaso. No por taparse con frazadas son peores personas, como generalmente los encasilla la sociedad. “Hace dos años llegué de Concepción a estudiar a Santiago, y un día que vine al parque a comprar hierba, conocí a los cabros. Los considero a todos mis amigos, pero especialmente al Sohuita, porque como él no tiene familia, conversamos harto y hemos vivido anécdotas bien interesantes. Jorge dice que el Sohua conoce todos sus secretos, y que aunque tiene a sus papás y a sus hermanos, con ellos no puede hablar los temas que habla con el Sohua.
El Sohua tiene problemas mentales desde los 17 años. Él sabe que está enfermo pero no hace esfuerzo para recuperarse. No se toma los medicamentos, pero sí las botellas con alcohol. En eso se entretiene todo el día, además de pasear en el parque de un lado al otro, “buscando un lugar rico y calentito para dormir”, cuenta Ángel. También dice que aunque hace dos meses duerme en el escenario que está instalado en el el parque, le gusta “vitrinear para tener más opciones de vivienda”. Al principio dormía afuera del local de Subaru y después, fuera del de Valdivieso. "Cuando le dijeron que se moviera de ese lugar, decidió variar entre las bancas para sentarse que están alrededor del Bustamante", comenta su amigo. Paulo César, el Huaso, sabe que luego lo van a sacar del escenario, pero está acostumbrado a esa dinámica y no siente preocupación.
Según Jorge (25), el Campana, su amigo el Sohua se quedó estancado en los 15 años. “Independiente de que sea muy buena persona, hay veces que, como los niños, no comprende lo que le quieres decir, por ejemplo, las críticas. Ahí es cuando se empieza a desesperar y se pone un poco agresivo”. Aunque nunca lo ha golpeado, usa la violencia verbal. Dice comentarios irónicos, y en el fondo son los que más duelen", dice Jorge. Explica que cuando se pone así, hay que pegarle un "tate y decirle que se vaya a acostar. Casi siempre hace caso”.
Son aproximadamente cinco los que viven constantemente en la calle, y los que reaccionan ante el clásico tate quieto. El más sociable de ellos es el Huaso. No por taparse con frazadas son peores personas, como generalmente los encasilla la sociedad. “Hace dos años llegué de Concepción a estudiar a Santiago, y un día que vine al parque a comprar hierba, conocí a los cabros. Los considero a todos mis amigos, pero especialmente al Sohuita, porque como él no tiene familia, conversamos harto y hemos vivido anécdotas bien interesantes. Jorge dice que el Sohua conoce todos sus secretos, y que aunque tiene a sus papás y a sus hermanos, con ellos no puede hablar los temas que habla con el Sohua.
Jorge, el Campana, sabe que la vida que lleva el Huaso no es la mejor, pero no puede hacer nada para ayudarlo porque no siempre acepta los consejos que le dan. Le gustaría que algún día se consiguiera un trabajo, que dejara de vivir en la calle, de tomar y de fumar, pero no hay caso. A lo mejor sí le gustaría cambiar, pero según el Campana, “es difícil salir del pozo cuando uno está profundamente metido”. Jorge admite que él tuvo su momento de locura cuando tenía entre 20 y 22 años, pero que esa etapa pasó, y eso es lo que no sabe si va a ocurrir en la vida del Huaso. Tiene la incertidumbre de que quizás, se va a quedar como indigente por el resto de su vida, y lo peor es que no sabe cómo ayudarlo. “Hay veces que le traigo al parque un poco de ropa, cigarros y frazadas. También, tengo un amigo que tiene un restaurante acá cerca, y la comida que les sobra se la dan al Sohua. En todo caso, esas son soluciones parche. Limpiar desde raíz sería casi imposible”, agrega el Campana.
Cristián Espinoza, guarda parques del Bustamante explica que “el Sohua junto con los demás mendigos, no causan problemas. Están entre ellos todo el rato, tomando y fumando. Rara vez se relacionan con las otras personas que pasean en el parque”. Asegura que el Huaso es un hombre tranquilo.
Asimismo lo ve Gabriel Pérez que es dueño de un quiosco al frente del local de Subaru, hace 20 años. No es amigo del Huaso, pero sí ha cruzado palabras y miradas con él. “Viene muy seguido a comprarme cigarros y de forma muy educada”. Afirma que todos los días tiene una botella de alcohol en la mano. Por lo menos no se pone violento con el copete, porque ahí habría más problemas, "cualquier signo de agresividad yo le paro los carros”. El dueño del quiosco dice que aunque sabe poco del Sohua, tiene claro que la familia del hombre vive en Peñalolén, y que es con su hermana, con la que peor que se lleva. “No hay gente que lo cuide o lo controle, por eso somos nosotros, los que lo vemos día a día, quienes tenemos que preocuparnos de que no haga tonteras”.
Gabriel comenta que a pesar de que el Sohua vive en la calle y que posee una enfermedad mental, tiene sus cosas claras en sentido de respeto por los demás. “Aparte de la pensión que la da el Estado, el Huaso gana pesos en las esquinas. Le agradece mucho a la gente que sí le da dinero, y no insulta a los que no le dan. Eso es bueno porque así la gente lo mira de manera más respetuosa. Además, tiene una mochila y de vez en cuando se cambia de ropa, algo se preocupa de él mismo”, comenta Gabriel.
Porque lo trataron de encerrar tantas veces, ahora tiene una especie de claustrofobia. No puede estar mucho tiempo en un lugar cerrado. Posiblemente eso ha hecho que el Sohua viva en la calle, al aire libre y rodeado de casi nada, o quizás de todo. Es difícil entender cómo se sobrevive de esa manera, teniendo en cuenta que recibe sólo 60 mil pesos al mes del Estado, por padecer esquizofrenia. Pero así lo hace el Huaso: sin lujos ni paredes, logra estar tranquilo.
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